ÁLVARO MONGE
La doctora Sarangapani Mohanambal —ella prefiere que la llamen Didi o Maa— lleva 25 años afincada en Barcelona. Nació en Bangalore, en el sur de la India, en el seno de una familia muy ortodoxa de brahmanes, el estrato superior en el sistema de castas. —No podía acercarme a los intocables, la más baja categoría social. Pero a los 8 años empecé a llevarles comida. En casa me castigaban tirándome agua fría del pozo, mientras yo decía que nuestra madre era la Tierra -Y al poco volvía a las andadas. No sé de dónde me salía la intuición de ayudar a los demás. Me metieron interna en un colegio de monjas creyendo que me olvidaría de todas esas cosas.
-Entiendo que eran brahmanes y ricos. Sí, mi abuelo era cirujano y mi padre un funcionario de alto rango. ¡Pero teníamos tantos vecinos pobres! La gente pedía limosna en la calle y nosotros, en cambio, tirábamos las sobras. Eso todavía me toca mucho.
-Su destino, supongo, era el matrimonio. A los 18 años ya querían casarme. Una boda concertada. Aquello era como vender en el mercado, y yo no quería esa vida. Les dije: «Expulsadme de esta familia si queréis, pero algún día las cosas cambiarán en la India».
-¿Nunca se casó? No. A los 21 años, cuando faltaban 15 días para mi boda, una madre dio a luz a un niño sietemesino en el hospital donde yo trabajaba y lo abandonó. Cancelé el compromiso. En ese momento, me di cuenta de que mi camino era salvar a niños como aquél.
-¿Cómo consiguió romper el molde? Porque dentro de mí tenía una gran autoestima y me esforcé muchísimo. Había obtenido una beca para estudiar Medicina, pero en casa seguían diciéndome que, fuera como fuera, un hombre ganaría más.
-Creyó en sí misma. Dentro de cada uno de nosotros hay un gigante, un potencial enorme que necesitamos sacar. Mi padre solía decirme que era la oveja negra y yo le replicaba: «Te equivocas; soy la hija del león» [se ríe].
-Pero debió de sentirse muy sola. Ahora puedo contarlo con una sonrisa. Todo pasa, como la lluvia.
-Llegó a trabajar en Estados Unidos. Y en Inglaterra también. Con el dinero que gané, compré un solar en Bangalore para crear un centro destinado a los niños abandonados o huérfanos y a las viudas.
-Rompió con la tradición y volvió a ella. Exacto. Con el tiempo, me adentré en la sabiduría del ayurveda (la medicina natural india) y después estudié naturopatía, homeopatía, acupuntura, acupresión y tratamientos energéticos, como el reiki. Luego empecé a escribir libros para devolver al mundo lo que he aprendido.
-¿Qué le falta a la medicina ortodoxa? El problema son sus limitaciones. Separa el nivel físico de los otros planos: emocional, mental y espiritual.
-Ya. Cuando hablo de espiritualidad, no me refiero a los rezos, sino a la luz. Cada uno tiene la suya. Somos seres de luz.
-Uno de sus títulos es El secreto de vivir. Es muy simple: vivir con confianza. Yo empiezo el día dando las gracias y diciéndole a mi subconsciente que quiero una vida muy tranquila, con mucho amor y aprendiendo algo.
-Pero no siempre encajan las piezas. Hay que vivir aceptando el ritmo del universo, del mar. Hay momentos de gran oleaje, pero luego sobreviene la calma.
-¿Por qué eligió Barcelona? Tienen un clima maravilloso, entre el mar y la montaña. Pero sobre todo porque mi hermano ya vivía aquí.
[Su hermano, Prakash Hingorani, empresario y discreto filántropo, falleció de forma súbita el pasado 2 de agosto en Bombay. La charla tuvo lugar unos días antes de que la familia viajara a la India].
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